Me animo a abrir un tema nuevo sobre el siguiente asunto que no he visto por el foro (seguramente ya habrá algo parecido), por compartir un poco sensaciones que voy teniendo desde que retomé el camino del Afeitado clásico y para conocer cómo lo apreciais o lo habéis vivido cada cual en su cotidianidad.
Calculo que llevé barba durante unos diez años hasta que llegó este verano, que un poco cansado de los cuidados que requería, y de cierta racha de pelos enquistados, y tirones de la maquinilla eléctrica, entre otras cosas, decidí que había que dar el paso. Y me afeité completamente tras mucho mucho tiempo. No sé si olvidaré la sensación después de ese afeitado. No podía dejar de pasarme la mano por la cara para seguir notándola tan fina, y me sonreía.
Lo que os quiero comentar es que cuando uno lleva barba, se amolda muchísimo a llevar barba, y lo último que se imagina (como si fuera un horror) es estar sin barba. No me veía de otra manera que no fuera con barba. Era ya como parte de mí. Os prometo que nunca hubiera dicho que me iba a ver afeitado de nuevo. En tanto que barbudo, uno va gustando de cuidarla, de dejarla más larga y escoscada, o de dejarla más corta y más cómoda. Empieza con los aceites, los serum, recortarla… y uno se fija en lo que es una barba un poco cuidada y la que no. Es decir, que nos vemos con barba y nos fijamos en sus diferentes posibilidades.
El paso a estar afeitado es curioso. Recuerdo que después de ese primer afeitado no me “encontraba” a mí mismo. Tenía que redescubrirme en esta manera de ser sin barba. Y buscaba no apurar pensando que así en breve tiempo por lo menos habría esa sombra de vello facial incipiente, que era como matizar el estado de afeitado. De hecho, a lo largo de estos meses, aunque gusto de afeitarme, procuraba hacerlo una vez sólo por semana, por un lado por no irritar mucho la piel, pero por otro también todavía por el recelo a ser visto con la piel lisa y llana. Me afeitaba los viernes por la tarde, sabiendo que el lunes a la vuelta al trabajo, ya habría un mínimo de pelo.
Pues bien, a estas alturas, tras meses de irme afeitando, estoy en las antípodas de antes. Desde hace un tiempo me voy fijando en que me disgusta cómo se ve el pelo de la barba al par de días de dejarlo estar. Quizá (en mi caso) el sombreo de un día o dos… pero con más tiempo son como pelos hirsutos que me resultan, vistos, desagradables: tiesos, pinchudos, sin mullidez (como pasaría con una barba reposada). Me refiero en esto respecto al tacto, y también a cómo nos vemos con ellos.
En estas estamos, que empiezo a querer ir afeitándome más de continuo para no llegar a ese punto. Como si ya estuviera definitivamente hecho a lo que es mi cara sin barba. ¡Lo que cambia uno! No soportaba verme sin barba antes, y ahora confesaré que la encuentro como un elemento poco deseable. Me gusta la sensación de higiene de verme limpio de pelo, con la piel suave, cuidada, amable al tacto.
Disculpad toda esta divagación. Por resumir, lo que quiero expresar es la vivencia de cómo nos identificamos y reconocemos a nosotros mismos en nuestra faz, y cómo puede cambiar la percepción. Con barba viví identificadísimo durante años, y ahora empiezo a no entenderme si no es mínimamente afeitado. Es como un aprendizaje y reacostumbramiento muy curioso.
Repose aquí esta reflexión dominical. No sé si es el sitio oportuno, confío que se mueva a otro lado si no. Gracias
. O vaya, que ya no importa demasiado ir sin barba. Ahora lo pienso y era también como parapeto de algo, de una cierta inseguridad (en mi caso)
