Hola, familia virtual:
“La cabra tira al monte” reza el dicho. Del mismo modo, tras disfrutar de las bondades del torno realizando las queridas “naranjitas” valencianas, vuelvo a la lijadora. Bueno, lijadora, taladro, crapones, segueta… Y en esta ocasión también radial y soldador
Es otro proceso totalmente distinto, se va “tallando” retirando material, dando forma, lado a lado, con numerosas pausas para ir comprobando la ergonomía. Y luego, poco a poco, vamos afinando cara a cara, hasta hacerla brillar. Finalmente, al manipularla, su facetado nos regala un tipo de reflejos y destellos físicamente vetados a cualquier objeto torneado.
Innegable también que se trata de un método muuuucho menos eficiente (la práctica totalidad de las brochas son torneadas por buena razón), pero aquí nos recreamos en la belleza de la asimetría, le damos una vuelta de tuerca más a los conceptos “hecho a mano” y “no hay dos iguales”.
Y llegamos a ésto…
En esta ocasión, granadillo africano y latón.
Granadillo africano (Dalbergia melanoxylon). También conocido como granadillo negro, y confundido con el ébano negro en numerosas ocasiones, ya que comparten color y elevadísima densidad, siendo maderas que no flotan en el agua. Hilando fino y en contra de lo que yo inicialmente pensaba, el granadillo es más densa aún, más uniforme y (muy importante) con una resistencia a cambios de humedad y temperatura bastante superior. Así, instrumentos musicales de viento a partir de cierta gama no se realizan en ébano como yo creía, sino que son de granadillo. Clarinetes, flautas, gaitas…
Mencionar también que, aunque emparentado, es árbol (y madera) claramente diferenciado del granadillo americano, rojizo en general.
Por todo lo anterior, el granadillo negro se ha convertido en mi madera favorita para brochas, obviando por supuesto las maderas estabilizadas, que cambian el juego.
La única “pega” sería su elevado peso, que suele precisar piezas huecas. Pero en este caso, su futuro propietario gusta de tal masividad, así que miel sobre hojuelas
Y por otro lado, el latón, que le da el toque de “orfebería” al conjunto.
Se buscó una aleación fácil de mecanizar, con decente resistencia a la corrosión y con un contenido de plomo ínfimo. En la actualidad, es tarea fácil.
A pesar de la buena resistencia al agua del granadillo, sigue siendo una madera, más susceptible a cambios de volumen que el metal, que provocarían un eventual despegado de las piezas.
Así que se perforaron varios orificios en el latón, incrustando pequeños paradores de alpaca, que a su vez penetraban algo más de un centímetro en la madera, garantizando una unión muy superior.
La sola producción y terminación de esta irregular pieza metálica me supone más tiempo y concentración que la realización de casi cualquier brocha torneada que os pueda venir a la cabeza.
Pero, como suelo decir, mientras pueda y mi nivel de afición siga alto, seguiré haciendo “absurdeces”
así de cuando en cuando…
Como siempre, espero haberos alegrado la vista fugazmente, y os agradezco de corazón haber llegado hasta aquí.
Abrazo a todos!!