Dapper Doc's y las fragancias del Salvaje Oeste (loción)

El compañero Harry Lime me ha animado a compartir con ustedes esta extensa reseña del aftershave cologne de Phoenix Accoutrements, Dapper Doc’s, que originalmente compartí en mi blog sobre perfumes. En ella aprovecho, no sólo para reseñar la fragancia de marras, sino también para hacer un repaso biográfico a la figura de Doc Holliday, en la que se inspira este producto, y por ende ocuparme también de los perfumes y colonias que se empleaban en el Viejo Oeste. Si quieren saltarse la parte histórica, me ocupo de Dapper Doc’s en el párrafo final. Y pedirles perdón por la extensión de esta reseña, pero es que soy un apasionado de este periodo.

Doc Holliday es todo un personaje icónico del Salvaje Oeste. Nuestro tísico dentista era un jugador profesional de carácter volcánico y vehemente, un verdadero maleante, un asesino de sangre fría como el hielo, bebedor impulsivo, implacable, cuya leyenda, oportunamente adornada, dista mucho del verdadero sujeto, harto más atrabiliario de lo que podríamos imaginar.

Les cuento todo esto porque hace relativamente poco descubrí el magnífico aftershave colonia Dapper Doc’s de Phoenix Artisan Accoutrements, cuyo olor me ha cautivado, además de estar inspirada en el conocido pistolero. Es por ello que, ya que soy un apasionado de este periodo, merecería la pena hacer un recorrido por la época histórica, y aprender algo sobre las fragancias empleadas en el Viejo Oeste, para luego dedicar unas líneas a Dapper Doc’s.

Vamos primero con un preámbulo que nos servirá como tramoya para colocar nuestra reseña, recapitulando esta época tumultuosa norteamericana.

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Lejos de la visión estereotipada que se nos ha trasmitido en innumerables películas, series de televisión y novelas, el Viejo Oeste, o también conocido como el Salvaje Oeste, el Lejano Oeste o la Frontera, fue un lugar implacable, duro y letal, donde sólo aquellos más fuertes y decididos solían prevalecer. Fue en realidad un lugar de claroscuros, donde la épica y el glamour heroico brillaron por su ausencia. La interpretación cuasi mitológica que se nos ha legado, donde asistíamos a la epopeya formidable de la forja del Oeste en manos de hombres rectos y valientes, e incluso no pocos trabajos históricos poco fidedignos, nada tienen que ver con la realidad. La Frontera era un lugar inhóspito, salvaje, azotado por la enfermedad, donde los primeros asentamientos estables se obstinaban por medrar en condiciones precarias, con apenas concurso de la ley y orden; y ello sin contar la climatología extrema, las fieras salvajes y las hostiles tribus amerindias (que si bien, en justicia, no hacían más que defender un territorio ancestral que les pertenecía, a ojos de los colonos no dejaban de ser bestias inicuas y despiadadas). Y en el centro de esta vorágine vital: ¡la tierra!, es decir, el control del territorio y sus riquezas se erigiría en piedra angular de las miles de voluntades enfrentadas. Allí donde la justicia no alcanzaba, el hombre era la medida del hombre. Varones taciturnos, las más de las veces, pero decididos a su manera, que darían color a docenas de asentamientos que, incluyendo las más populosas ciudades del famoso cinturón ganadero de Kansas, conocidas como Cowtowns (ciudades como Abilene, Baxter Springs, Wichita, Brookville, Caldwell, Dodge City, Coffey Ville, Ellis, Ellsworth, Great Bend, Hays City, Hunnewell, Junction City y Newton), no pasaban de poblachos ruines y destartalados, con unos pocos edificios de madera y polvorientas callejas que se tornaban en fangales a cuatro gotas que cayeran y donde las condiciones sanitarias eran nimias, cuando no inexistentes. Pronto surgirían ambiciosos terratenientes y oportunistas mil, que acumularon grandes extensiones de terreno en detrimento de los pequeños propietarios y rancheros, casi siempre empleando la violencia. Y con los barones del ganado, como serían conocidos, llegarían los pistoleros, los cowboys (vaqueros) y otros arribistas, empeñados en labrarse un futuro aun a costa del prójimo. Más tarde irrumpiría el ferrocarril, y volvería desatarse la violencia, conforme el trazado del “caballo de hierro” de la Union Pacific Railroad revalorizaría las tierras aledañas. Y más allá, hacia el norte y el sur, un buen puñado de pueblos florecerían, donde las condiciones del terreno resultaban propicias por la cercanía de valiosos recursos minerales o naturales, para más tarde, sobre la sangre y los cadáveres de los primeros colonos, tornarse en ciudades convulsas y míticas, como Leadville, Deadwood, Silver City, Tombstone, Santa Fe, Fort Laramie, El Dorado Canyon, entre otras. En todas estas poblaciones eran más corrientes los burdeles, casinos y saloons que iglesias y colegios. La mujer era poco menos que mercadería, toda vez que la mayoría eran, o bien prostitutas infestadas de afecciones venéreas, o bien andaban asociadas con malhechores de la peor ralea, como Belle Starr, Cattle K. Watson o Calamity Jane. Aquellas pocas honradas que viajaban o malvivían con sus familias debían procurar subsistir haciendo gala de una fuerza y persistencia estoica incluso mayor que sus contrapartidas masculinas. Sin duda el valor de estas mujeres extraordinarias coadyuvaría a cimentar como nadie la civilización en estos territorios dejados de la mano de Dios.

Sin duda, el Lejano Oeste fue un mundo dominado por el hombre, generalmente rudo, ineducado, impulsivo y, las más de las veces, violento y cruel. Aquellos más duchos en el dominio de las armas conseguían mantenerse en pie al final del día. Muy lejos de los duelos caballerosos, a su manera, que hemos podido disfrutar en los westerns de nuestra juventud, los tiroteos en verdad resultaban mucho más prosaicos, harto más violentos y sangrientos. Rara vez había un enfrentamiento cara a cara en igualdad de condiciones, pues los pistoleros más avisados, y aquellos temidos, solían atacar a sus víctimas por la espalda, a traición, esperándolos en los callejones oscuros cercanos al sempiterno saloon, o cuando sus inadvertidas víctimas dormían al raso, en cuartuchos, o cagaban en infectas letrinas. Estos hombres actuaban rápido, sin regirse por moral o ética alguna, materias que de todos modos no les habían sido inculcadas, así que su propio criterio personal era la vara de medir que regía sus actos, y pocos eran los que considerarían éstos propios como crímenes, sino más bien como una forma avisada de sobrevivir en un lugar donde la ley se mantenía a la espera de unos pocos hombres buenos que se hacían de rogar.

Sin llegar a rebasar la precisión y efectividad que alcanzarían ya en el siglo XX, las armas de este periodo se demostrarían letales, aunque no con la capacidad de matar de manera instantánea que otra de las conceptualizaciones erróneas nos ha instilado, fruto de la reincidente mitología creada en torno al fenómeno del Oeste americano. El armamento en manos de forajidos y hombres de la ley avanzaría durante estos años casi tan rápido como los colonos llegarían al Pacífico y California, empujados por la Fiebre del Oro de 1848. Pero con todo, las armas muchas veces fallaban, la casi artesanal fabricación de la munición provocaba en ocasiones defectos graves en la misma, cuando no estallidos en las recámaras de carga de las armas, incluyendo notables diferencias en la velocidad de salida de los proyectiles, que aún así resultaban en terribles heridas, pues en la mayoría de los casos las balas quedaban alojadas en el interior del cuerpo de la víctima, astillando huesos y provocando terribles infecciones, septicemias y gangrenas gaseosas. Fruto de ello, rara vez los tiroteados expiraban en el acto, para morir aullando de dolor como perros, tras largas horas o incluso días entre calenturas y pus verdoso.

Todo esto y mucho más es el Salvaje Oeste, sin más alharacas. No hay elemento preternatural, invención o artificio que podamos crear que supere a la historia humana real que aprehenderemos entre las desmalazadas y sangrientas páginas fijadas con sangre y pólvora en nuestra memoria recuperada, en la narración inopinada y bestial del Salvaje y Lejano Oeste, donde todo era sudor y escupitajos, y lágrimas, arena y nieve, y la sed insoportable del moribundo con un tiro en el hígado.

Y en este escenario de epopeya, enfrentado a su sino, encontramos individuos de la talla de John Henry «Doc» Holliday, nacido en Griffin un 14 de agosto de 1851 y muerto en Colorado Springs el 8 de noviembre de 1887. Holliday fue un tahúr, pistolero y dentista estadounidense del Viejo Oeste, a quien por lo general se recuerda por su amistad con Wyatt Earp y su participación en el tiroteo de O.K. Corral.
Durante su juventud, Holliday se graduó como cirujano dentista, ejerciendo su profesión en Atlanta. En 1873 se le diagnosticó una tuberculosis, la misma enfermedad que mató a su madre cuando tenía quince años. Se mudó entonces al suroeste de los Estados Unidos con la esperanza de que el buen clima prolongara su vida. Hizo de los juegos de azar su nueva profesión y eventualmente adquirió fama como pistolero. Durante sus viajes conoció y se convirtió en buen amigo de Wyatt Earp y sus hermanos. En 1880 se trasladó a Tombstone, Arizona, y participó junto a los Earp en el famoso duelo en O.K. Corral.
Uno de los primeros tiroteos en los que participó Holliday aconteció en el río Withlacoochee en 1873. El joven acudía acompañado por unos amigos a su lugar favorito para nadar, pero descubrieron que estaba ocupado por un grupo de muchachos negros. Holliday y sus compañeros les conminaron a marcharse, pero éstos los desafiaron. Enfurecido, Holliday volvió a casa para regresar al poco con una escopeta, y comenzó a disparar. Se cree que aquel día Doc mató a dos o tres hombres del grupo en el río, aunque nunca se ha podido comprobar fehacientemente.
En cualquier caso, Holliday se mudó a Dallas poco después del suceso, en septiembre de 1873. Allí abrió un consultorio dental con su compañero John A. Seegar. Sería en la ciudad texana donde John Henry se aficionaría al juego, descubriendo cuán lucrativo podía llegar a ser. El 12 de mayo de 1874, Holliday y otra docena de hombres fueron acusados en Dallas de apostar ilegalmente, siendo arrestado en enero 1875 tras participar en un tiroteo con Charles Austin, propietario de un saloon local que resultó herido. Holliday sería declarado inocente, pero decidió abandonar la ciudad, trasladándose a Denison, también en Texas, para poco después abandonar el estado y dirigirse a Denver, donde se instalaría bajo el seudónimo de Tom Mackey.
Pero allá donde fuera nuestro doctor los problemas marchaban con él, y no tardaría en verse envuelto en otra pelea tabernaria, en esta ocasión con un tal John A. Babb, que terminaría herido de gravedad al ser atacado por un Holliday iracundo armado con un cuchillo de grandes proporciones. Doc, poco después de enterarse de que había sido descubierto oro en Wyoming, viajaría hasta Cheyenne en febrero del 76, trabajando como jugador de la casa en el saloon Bella Union. En el otoño de 1876 el establecimiento sería trasladado a Deadwood, y Holliday viajaría hasta allí, aunque no por mucho tiempo, porque al año siguiente volvería a sur, y tras pasar de nuevo por Cheyenne y Denver, regresaría a Texas, estableciéndose como jugador en la localidad de Breckenridge. El 4 de julio de 1877 se involucró en un nuevo altercado con otro jugador llamado Henry Kahn, a quien Holliday golpeó con su bastón en repetidas ocasiones. Ambos hombres fueron arrestados y liberados a las pocas horas. Aquella misma noche Kahn dispararía a traición a Holliday, desarmado, hiriéndolo de gravedad. Una vez recuperado, Doc se trasladó a Fort Griffin, Texas, donde conocería a Mary Katharine Horony, apodada Big Nose Kate, comenzando así una larga relación sentimental.
Poco después, en Fort Griffin, Holliday fue presentado a Wyatt Earp por un amigo que tenían en común, John Shanssey. Earp se había detenido en Fort Griffin antes de regresar a Dodge City para convertirse en el ayudante del marshal en la ciudad, un tal Charlie Bassett. Se dice que Holliday salvó la vida de Earp en un saloon local. Según cuenta la leyenda, un hombre llamado Ed Morrison, a quien Wyatt había humillado en Wichita, cabalgó hasta el pueblo junto con Tobe Driskill y unos doce hombres armados. El grupo comenzó a alborotar en la calle, disparando sus armas, gritando y causando destrozos, hasta que decidieron entrar en el Long Branch saloon. Hasta allí no tardaría en llegar Wyatt, aunque no era verdaderamente consciente del problema al que se enfrentaba. Earp entró en el saloon y de pronto se vio rodeado de hombres que le apuntaban con sus armas mientras se burlaban de él y gritaban alborozados. Holliday, quien estaba jugando a las cartas en el establecimiento y presenciaba el jaleo, tomó partido en el asunto y desenfundado su pistola apuntó a la cabeza de Morrison a corta distancia, forzándolo así a entregar sus armas, al tiempo que ordenaba al resto deponer su actitud y abandonar la ciudad, cosa que hicieron. Morrison fue detenido, aunque sería puesto en libertad horas después. Desde ese momento, Earp y Holliday comenzaron a forjar una amistad de por vida.
Todavía en Dodge, Doc formaría parte de un grupo de pistoleros liderado por Bat Masterson que mediaría en el conflicto entre dos compañías ferroviarias, la Atchison Topeka Santa Fe Railway y la Denver Rio Grande Western Railroad, que se disputaban ser la primera compañía ferroviaria en llegar hasta Leadville a través del paso de Royal Gorge en las Rocosas. Poco tiempo después del incidente en el Long Branch, Holliday mató en un tiroteo a un ex soldado de color. No se presentaron cargos contra él. Más adelante, en septiembre de 1879, Holliday y Kate acompañarían a la familia Earp en su viaje a Tombstone, en Arizona, con la intención de establecerse allí, una vez Wyatt había renunciado a sus cargos en Dodge City. Pero antes de que esto ocurriera, Holliday pasó una temporada en Las Vegas, en Nuevo México, donde se vio envuelto, cómo no, en otro tiroteo, acompañado por su buen amigo el pistolero John Joshua Webb, acabando con la vida de Mike Gordon, un ex soldado y jugador fullero, que acostumbraba a putañear en los saloons y burdeles que frecuentaba Holliday. Tras el tiroteo Doc huyó a Dodge City, y más tarde a Tombstone, reuniéndose con los Earp.
Ya asentado en la ciudad, no tardaría en crear problemas, cuando fue acusado de asaltar una diligencia, aunque luego se demostraría que todo había sido una invención, no sin antes provocar un tiroteo, cuando Doc supo de un propietario de saloon empeñado en manchar su reputación aireando todo tipo de embustes sobre su persona. Durante el tiroteo Holliday hirió gravemente a un camarero, pero fue golpeado en la cabeza y cayó inconsciente, siendo detenido poco después. Un juez declaró a Doc inocente de todos los cargos, incluyendo el robo de la diligencia, pues Wyatt Earp pudo atestiguar la presencia de Holliday en otro lugar el día y la hora que se produjo el asalto.

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La ciudad de Tombstone en 1881

El 26 de octubre de 1881, Doc, junto a los hermanos Earp, participaría en el famoso tiroteo en O.K Corral, en Tombstone, enfrentados a miembros de la banda de forajidos conocidos como Cochise County Cowboys (los Vaqueros del Condado de Cochise, literalmente). Durante el mismo Doc mató a Tom McLaury con una descarga de su escopeta en el estómago. Frank McLaury consiguió herir levemente a Holliday, pero resultó muerto igualmente, recibiendo un tiro en el pecho y otro en la cabeza. En los apenas cuarenta segundos que duró el intercambio de fuego, Doc Holliday mató a los dos hermanos McLaury e hirió de gravedad a Billy Clanton.
Pero el duelo en O.K Corral no supuso el fin de las hostilidades, pues Ike Clanton, líder de la banda, juraría vengarse de los Earp. A finales de 1881 Virgil Earp sería herido de gravedad, y Morgan Earp resultaría muerto en otro tiroteo en la primavera de 1882. Muy poco después, Doc, junto a Wyatt Earp, Warren Earp, Sherman McMaster, “Turkey Creek” Jack Johnson y Texas Jack Vermilion acabaron con la vida de Frank Stilwell y Florentino “Indian Charlie” Cruz, ambos miembros de la banda de los Clanton. Tras liquidar a Indian Charlie, el grupo se vio envuelto en otro violento tiroteo en Iron Springs, donde acabaron con la vida del notorio bandido Curly Bill Brocius. Durante el tiroteo Doc hirió de gravedad a otros dos vaqueros: Johnny Barnes y Milt Hicks.
Poco después de estos hechos, Doc sería reclamado en Arizona por el asesinato de Frank Stilwell. Nuestro doctor decidió escapar a Colorado, refugiándose en la ciudad de Denver, aunque sería arrestado finalmente. No obstante, y por mediación de Bat Masterson, fue extraditado a Pueblo, juzgado y declarado inocente. Tras verse libre de nuevo, se reuniría al poco con su viejo amigo Wyatt Earp y ambos regresarían a Arizona para acabar con la vida de Johnny Ringo, el último implicado en el asesinato de Morgan Earp. El 14 de julio de 1882, Johnny Ringo aparecería muerto en Chiricaua Peak, con un tiro en la cabeza…
Holliday pasó el resto de su vida en Colorado. Dependía cada vez más del alcohol y el láudano para aliviar los síntomas de la tuberculosis, y su salud y sus habilidades como jugador y pistolero comenzaron a deteriorarse. Uno de los últimos tiroteos en los que Holliday se vio envuelto ocurrió en un salón en Leadville precisamente. Un pistolero inexperto y arrogante llamado Billy Allen supuestamente desafió a Holliday a un duelo. Cuando Holliday contestó que él no portaba arma alguna, Allen lo insultó gravemente tachándolo de cobarde al tiempo que lo encañonaba con su revólver. Doc desenfundó a la velocidad del rayo, disparando dos veces, alcanzando a Allen en su mano y brazo, desarmándolo. Holliday siempre llevaba dos revólveres consigo, uno escondido en su chaqueta y otro al cinto. Además era ambidiestro, y manejaba el cuchillo tan bien como las armas de fuego.
En 1887, moribundo ya, Holliday se dirigió al Hotel Glenwood, cerca de las aguas termales de Glenwood Springs, Colorado. Tenía la esperanza de aprovechar el poder curativo de las aguas, pero los humos sulfurosos hicieron en sus pulmones más mal que bien. Mientras agonizaba, se dice que Holliday pidió a la enfermera que lo atendía que le calzara las botas y le acercara un trago de bourbon. Nadie se imaginaba que Holliday fuera a morir en la cama sin sus botas puestas y un sorbo de licor en sus labios, pero así fue: la maldita enfermera no hizo una cosa ni la otra.

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Si han tenido la paciencia de leer hasta aquí, no me podrán negar cuán interesante es la historia que les acabo de narrar, un mero grano de arena en la trágica empero heroica epopeya de la conquista del Oeste. Pero aunque no lo crean, en estos tiempos, no era complicado hacerse con colonias y perfumes para hombres y mujeres, si bien es cierto que era más probable encontrar un buen surtido de los mismos en los comercios de las ciudades del este. Es bien sabido que, ya desde 1752, la Colonia número 6 de Caswell-Massey era bien conocida en las Trece Colonias, pues era empleada por el mismo George Washington. Para mediados y finales del siglo XIX, una gran cantidad de productos cosméticos, incluyendo perfumes y colonias, podían adquirirse por todo el país. A su vez, a lo largo del siglo aparecerían los primeros empresarios locales, destacando a William Colgate, un devoto fabricante de velas y jabón, inmigrante bautista inglés, que abriría en 1806 su fábrica de almidón, jabón y velas en Dutch Street, Nueva York, con el nombre de William Colgate & Company. Colgate tendría uno de sus más sonados éxitos con la aparición en 1872 de su famoso Cashmere Bouquet, un jabón perfumado; aparte de su archiconocida pasta dental y el jabón de aceite de palma y oliva, cuya popularidad terminaría de rebautizar a la compañía que pasaría a llamarse Palmolive. Lo que poca gente sabe es que Colgate vendía grandes cantidades de agua de tocador perfumada con la esencia de su jabón Cashmere Bouquet, y también extractos del mismo perfume en diferentes presentaciones. Ya por entonces existían jabones de afeitar perfumados con el clásico aroma Bay Rum o el Yankee Shaving Soap, también las barritas de jabón de William Travelers. Queen Victoria Perfumes vendía por catálogo gran cantidad de preparados en diferentes concentraciones, destacando sus fragancias Tuberose, New Mown Hay, Indian Violet, Handon Bells o Rose Geranium. De la misma manera, Sears, Roebuck & Co importaba fragancias de Francia y Alemania, incluyendo la famosa colonia de Farina, y otras preparaciones propias como Nadjy, Hawthorne, Violet y Zenithia, así como Florida Water y Lilac Water. Hombres y mujeres empleaban estos productos, muchos de los mismos, la inmensa mayoría en realidad, composiciones florales aromáticas, algo dulces e invasivas, dotadas de un gran poder difusivo. De ahí que la formula empleada para este Dapper Doc’s resulte del todo apropiada, convirtiéndose en una suerte de viaje al pasado, bien de manera premeditada, y por ende acertada, fruto de un conocimiento de la materia por parte de los responsables de Phoenix Artisan Accoutrements, o por pura chiripa, que diría aquel. Sea como fuere, el resultado es un fragancia arrobadora donde prima dos monumentales acordes de lilas e higo, conformando una chispeante sinfonía frutal florida muy curiosa. Ambos acordes tienen una construcción obviamente sintética, encontrando en la nota de lila un regusto dulzón persistente, con resabios melosos «ajazminados» con un final levemente cítrico. El higo también es una molécula, vaya usted a saber cual, pero está perfectamente conjuntada con las lilas y los almizcles blancos sintéticos que empujan la composición desde su fondo. Dapper Doc’s es una aftershave en propiedad, ideal para emplear con el jabón de afeitar del mismo nombre y aroma, pero también les servirá como colonia, resultando en una aplicación fresca y florida que le acompañará por un buen rato, dotándole de un aura de elegancia atemporal, si bien algo chillona debo admitir, pero en verdad deliciosa. La fragancia de Doc Holliday, ¡qué diantres! Y si usted, caballero, no está de acuerdo, tal vez podamos dirimir nuestra disputa en la calle, en un duelo al sol.

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Muchas gracias por la reseña :wink::+1:

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Brutal!!! mil grácias por compartir!!!

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Amena e interesante lectura, gracias por compartirla :blush:

Hace un tiempo estuve en Tombstone, hoy sitio turístico con exhibiciones de tiroteos y un cementerio bastante cachondo. Me permito ponerte unas fotos.
Tenía otra buenísima de una lápida con una única inscripción que ponía “One Chinese”, pero no la encuentro :rofl:

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Muy interesante :+1:

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Bravo :clap::clap:. Hasta el final. Ha estado muy interesante.

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Gracias por el relato y la reseña.

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Qué maravilla.
Muchas gracias.

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Buenísima historia y perfectamente desarrollada … te felicito a la par que admiro … no diré para no verme en frente de tus pistolas que me han dicho que ese after huele a piruleta (uy… lo he dicho)… pero me da igual, solo por la historia merece la pena tenerlo!

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Muy bueno el aporte!!!

Muchas gracias!!!

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Madre mía, sana envidia. Gracias por compartir.

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Una lectura súper entretenida y didáctica.

Muchas gracias por compartirla con nosotros Pedro!

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Muchas gracias Pedro me ha encantado tu relato de ese pedazo de historia de la cual comparto contigo la afición , la parte dedicada a los perfumes la desconocía y me ha resultado muy interesante y amena, nuevamente agradecerte el aporte.

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Si señor, muy amena la historia.

Valla currazo te as pegado me a encantado la historia que al fin y al cabo es de interés cultural y siempre viene bien no e probado el after pero el jabón me encanta desde que lo conocí gracias al amigo racogon y sus videos tan instructivos

Muchas gracias por compartir

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Muy bueno

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Lectura muy entretenida,gracias por compartir!

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Magnifica reseña, y magnifica historia. Muchas gracias por compartirla! :clap:t3::clap:t3::clap:t3:

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Gracias por la reseña.Interesante para los que amamos los westerns y esa epoca historica, ademas del afeitado clasico

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