El bien y el mal…son conceptos que desde la subjetividad individual y/o colectiva varían en el espacio y el tiempo. De modo que encontramos diferentes visiones en la Edad Media y el XXI pero también serán muy diferentes la que tengan en Suecia de las que tenga el regimen taliban en Afganistán.
Mi mente se niega a aceptar que la bondad y la maldad sean conceptos arbitrarios de modo que cualquier acto pueda ser calificado como bueno según la época o el lugar donde se de.
No voy a descubrir nada nuevo, ya hubo filósofos que se adentraron en este mundo. Segú mi parecer el que dejó las cosas más claras fue Kant con su imperativo categórico: «Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre al mismo tiempo como principio de una legislación universal» También nos encontramos con la Regla de oro en sus acepción positiva: «trata a los demás como querrías que te trataran a ti» y negativa: «no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti» Esta regla de oro se ha confirmado tanto desde la filosofía como desde la religión, el mismo Jesus dijo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» , la Biblia dice: **«La ley de Dios está escrita en el corazón del hombre» etc, etc…
Esto nos sirve como brújula moral interna. Por otro lado tenemos una norma escrita de obligado cumplimiento para los países que la han suscrito como es Declaración Universal de Derechos Humanos. Respecto a los Nazis y el nacismo no cabe la menor duda de que pensamiento y sus actos fueron contrarios a ese imperativo categórico o regla de oro. Abundando sobre el nacismo/fascismo/totalitarismo debemos tener en cuenta que las libertades y los derechos no están escritos en piedra y siempre hay intereses espurios dispuestos a hacer prevaler sus intereses sobre los de la mayoría por cualquier medio a su alcance. Una sociedad democrática y libre debe defender esa misma tolerancia y libertad y ahí es donde entra la paradoja de la tolerancia de Karl Popper : “…si una sociedad es ilimitadamente tolerante, su capacidad de ser tolerante finalmente será reducida o destruida por los intolerantes…” De modo que hay que actuar antes de que se produzca el daño, hay que hacerlo cuando se amenaza de manera creíble. El nacismo llego al poder con unas elecciones y luego justificó la merma de libertades con una golpe de falsa bandera, mentiras y propaganda. Pero los poderes públicos alemanes ya conocían, antes, la ideología que alimentaba al partido nazi y no hicieron nada. Situaciones similares de involución se están dando actualmente en Europa, incluso dentro de nuestro propio país y tampoco se está actuando…luego vendrá lo que magistralmente describió Gramsci: " La indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador, es la materia inerte en la que a menudo se ahogan los entusiasmos más brillantes, es el pantano que rodea a la vieja ciudad y la defiende mejor que la muralla más sólida, mejor que las corazas de sus guerreros, que se traga a los asaltantes en su remolino de lodo, y los diezma y los amilana, y en ocasiones los hace desistir de cualquier empresa heroica.
La indiferencia opera con fuerza en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad, aquello con lo que no se puede contar, lo que altera los programas, lo que trastorna los planes mejor elaborados, es la materia bruta que se rebela contra la inteligencia y la estrangula. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, el posible bien que un acto heroico (de valor universal) puede generar no es tanto debido a la iniciativa de los pocos que trabajan como a la indiferencia, al absentismo de los muchos. Lo que ocurre no ocurre tanto porque algunas personas quieren que eso ocurra, sino porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja hacer, deja que se aten los nudos que luego sólo la espada puede cortar, deja promulgar leyes que después sólo la revuelta podrá derogar, dejar subir al poder a los hombres que luego sólo un motín podrá derrocar.
La fatalidad que parece dominar la historia no es otra cosa que la apariencia ilusoria de esta indiferencia, de este absentismo. Los hechos maduran en la sombra, entre unas pocas manos, sin ningún tipo de control, que tejen la trama de la vida colectiva, y la masa ignora, porque no se preocupa. Los destinos de una época son manipulados según visiones estrechas, objetivos inmediatos, ambiciones y pasiones personales de pequeños grupos activos, y la masa de los hombres ignora, porque no se preocupa. Pero los hechos que han madurado llegan a confluir; pero la tela tejida en la sombra llega a buen término: y entonces parece ser la fatalidad la que lo arrolla todo y a todos, parece que la historia no sea más que un enorme fenómeno natural, una erupción, un terremoto, del que son víctimas todos, quien quería y quien no quería, quien lo sabía y quien no lo sabía, quien había estado activo y quien era indiferente. Y este último se irrita, querría escaparse de las consecuencias, querría dejar claro que él no quería, que él no es el responsable.
Algunos lloriquean compasivamente, otros maldicen obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: Si yo hubiera cumplido con mi deber, si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, mis ideas, ¿habría ocurrido lo que pasó? Pero nadie o muy pocos culpan a su propia indiferencia, a su escepticismo, a no haber ofrecido sus manos y su actividad a los grupos de ciudadanos que, precisamente para evitar ese mal, combatían, proponiéndose procurar un bien.
Así que sí existen el bien y el mal, no son algo arbitrario y cada uno de nosotros decidimos a diario de palabra, obra u omisión si nos movemos en el bien o el mal.