Veo que generan debates paralelos interesantes porque se abordan desde el respeto. Lo he afirmado muchas veces: yo me afeito para tontos. Uso navajas con punta redonda y, sólo si voy a perfilar, me inclino por alguna con una punta más arriesgada pero funcional para este propósito; mi tamaño favorito es el 6/8, ni muy aparatoso ni tan liviano que me exija una mejor técnica para conducir el filo por su poco peso. He pasado a utilizar brochas sintéticas porque no tragan espuma, no fallan, el mantenimiento es sencillo, etc. Mis jabones de cabecera espuman con mirarlos, el más novato del foro podría sacar una buena espuma con ellos, tengo maquinillas con las que me podría afeitar durante el terremoto de Marruecos porque no me corto (HD34, Tatara Masamune…), uso cuchillas ni demasiado afiladas ni poco confortables. Si a lo anterior añado que, con lo que me va bien, me quedo y no colecciono, os podéis imaginar que soy la antítesis de lo que se estila en el foro; soy de una mediocridad insultante. En mi filosofía voy probando cosas, pero cuando me conformo con alguna, le pego una patada a todo lo que he acumulado y me rodea porque, para mí, tener menos me da paz, me quita ruido.
No debo ni quiero entrar en política, aunque entronque de alguna forma con ello; pero sí me gustaría aportar un comentario. Cuando veo a alguien que se compra una navaja 10/8, mientras que los barberos utilizaban como mucho 7/8 porque les resultaba el tamaño de compromiso perfecto entre practicidad y durabilidad, siempre pienso en el propósito real de ello por parte del comprador, porque estamos muy lejos de haber inventado cómo usar esa herramienta, y a nuestros abuelos no se les habría ocurrido emplear ese tamaño, o les habría parecido una barbaridad. Entonces medito sobre en qué momento esa falta de utilitarismo cobró un sentido real, porque linda más con una actitud de esteta que otra cosa. Y sí, tiene sentido, y creo que tiene que ver con un ensalzamiento mal interpretado de lo que debe ser el individualismo, pero que empieza a ser consustancial a nuestras sociedades. Me voy a posicionar, soy de los que cree que el valor de la persona como ente individual es lo que le otorga libertad, cualquier adscripción a un ente suprapersonal, como puede ser el Estado, la familia, un colectivo, un partido político o una ideología, va en contra de los valores individuales y de libertad, porque al incluirte en una categoría superior, pierdes cierta capacidad crítica al mezclarte en una masa, te reifica; no obstante, el desarrollo egoísta personal entiendo que debe, inexcusablemente, redundar en un beneficio colectivo, porque el hombre, si ha evolucionado desde el mono, ha sido precisamente por ser colaborativo, por hacer transversal el conocimiento, por aportar incluso desde un altruismo egoísta (no, no estoy de acuerdo con Max Stirner, por si alguien se lo pregunta, pero tampoco diametralmente en contra). Sin embargo, estos valores en los que el centro de la libertad es el YO, se han pervertido sin pensar en esas asociaciones de egoístas que tan importantes son, esos genios individuales que hicieron de la humanidad un lugar mejor sin ser «humanidad» sino personas y ¿Cómo se ha pervertido? En un egoísmo que no trasciende de forma positiva hacia los demás, sino al autobombo, a la estética vacía (el guante sin mano, sólo forma sin contenido que se decía en la Bauhaus), en medírsela con el prójimo sólo por ocupar una posición de supuesta superioridad, incluso en lo más banal. Es un poco el «¿Quién va a decirme si tengo o no que beber vino si conduzco?» en defensa de una supuesta libertad, pero que no es libertad sino estupidez. Y esto tiene que ver con un: yo uso una 11/8; luego saco las plumas de pavo consciente o inconsciente, porque estoy seguro que no se hace con mala intención, y ni siquiera sabemos que lo que estamos diciendo es: yo tengo más, yo uso esto más complicado, yo soy más inteligente, YO. Pero ese yoismo está mal enfocado porque ¿qué aporta más allá de exhibición? Puedo usar la cuchilla más afilada del mundo y sentirme mejor porque he llegado ahí, pero ¿le podría decir a alguien que le queda camino por recorrer porque yo me afeito con un bisturí de diamante? No lo sé, no me hagáis ni caso que no digo más que tonterías.